La Biblia desde el siglo XXI

Sobre ajustes finos, pero ''a lo grande'' (Metaxas 1).

02.01.2015 00:00
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Francis Bacon  dijo que "Poca ciencia aleja muchas veces de Dios, y mucha ciencia conduce siempre a él". Esa misma idea, aunque con redacción un poco diferente se atribuye a Louis Pasteur y  también a Karl Friedrich Gauss. Todos ellos grandes hombres de ciencia. No me extrañaría que el primero, Bacon, fuese el inspirador de los dos últimos, puesto que vivió bastante antes que ellos; y como primer impulsor del método científico, seguro que sus obras no eran desconocidas para científicos de la talla de Gauss y Pasteur.

Lo bueno de las citas, de las "buenas citas", es que sintetizan en muy pocas palabras la sabiduría de sus autores, que normalmente son personas de inteligencia profunda. Es cierto que también circulan citas que son meras perogrulladas, porque sintetizan verdades muy evidentes; pero también tienen su encanto, si es que están bien pergeñadas. Ahora bien, cuando la cita además de sintética, bien pergeñada y de hermosa expresión aporta información no evidente, sino que sintetiza años de experiencia vividos por sus autores, entonces… entonces es cuando podemos decir que nos encontramos ante una perla de la sabiduría.

Pues eso es esta sentencia de Bacon, corroborada también por Gauss y Pasteur. Porque no es en absoluto evidente ni que la poca ciencia aleje de Dios, ni que la mucha ciencia acerque a Él. Es preciso haber vivido el estudio, la meditación, el ensayo, el éxito y fracaso en la ciencia y la filosofía para poder llegar a semejantes conclusiones. Y esto es algo que sólo hombres de ciencia de buena talla  pueden testimoniar. Cuanto más profundizas en los secretos del universo, más te asombras, más inteligencia oculta intuyes y más cerca de Dios te encuentras (¡Qué claro tenía esto Pablo!: Romanos 1:20). 

Así, pues: poca ciencia, riesgo de ateísmo; mucha ciencia, o reflexión, vuelta a Dios. Opino que un ateo, si es honrado e inteligente, acaba creyendo en Él (Ojo: Seguramente no en un dios de barbas y trono en las nubes; pero sí en una Inteligente Suprema que rige tras el universo). Véanse los ejemplos que hemos traído en bíblicamente, que no son los únicos: Dedicamos dos post a Anthoni Flew, el archifamoso ateo del siglo pasado que tras años elaborando argumentos ateos, ante su asombro por la complejidad cósmica y biológica, sucumbió a la idea de una inteligencia suprema ("Creo que los orígenes de las leyes de la naturaleza, de la vida y del universo señalan claramente a una fuente inteligente", dijo en una entrevista cuyo resumen podéis leer aquí.). También extractamos una reseña sobre Eugenij Degterenko, el escultor de la Rusia comunista, que tras años esculpiendo imágenes de Lenin, acabó a los pies de Jesús. Y bueno, también Josué Ferrer, el autor del libro "Porqué dejé de ser ateo" y colaborador en bíblicamente.org con sus "Falacias ateas".

Y es que ante los formidables avances que la ciencia está hoy día mostrando se hace muy difícil obstinarse en la idea de que "todo proviene de una tremenda casualidad".  Ya en la segunda mitad del siglo pasado circuló ampliamente la idea de que no era posible "tanta casualidad" a raíz de lo que se vino en denominar el "Principio Antrópico". Este principio recoge la idea de que es inconcebible que tantos parámetros cosmológicos y biológicos se hayan dispuesto de forma aleatoria con tanta precisión y coordinación como para que sea posible la existencia del ser humano.

Este principio se formuló tras observarse que una gran cantidad de constantes físicas podrían haber sido diferentes, pero ""casualmente"" se mantienen en unos precisos valores que son justamente los valores que posibilitan la química del carbono, la vida y la posibilidad de que "surja" el ser humano, capaz de reflexionar acerca de ese universo que le cobija.  El quid de esta cuestión está en que con la  más mínima diferencia en alguna de esas constantes habría sido imposible la evolución del universo hasta su culminación en el ser humano. O todo estaba perfectamente coordinado "desde el inicio", o nada de lo que conocemos se habría producido.

Ya en el siglo XVIII William Paley popularizó el argumento de que si ante un reloj deducimos la existencia de un relojero, no menos hemos de deducir un creador ante la contemplación de un universo tan preciso y complejo como el que nos alberga. Pues bien, por aquél entonces sólo se disponía de una ínfima parte de los conocimientos cosmológicos, biológicos y neurológicos que hoy día se conocen. Si ya con tan poco conocimiento de los entresijos del universo la mente apuntaba hacia una inteligencia suprema, ¡Cuánto más hoy día! Es tal la cantidad de conocimiento que tenemos sobre el universo y su contenido que se precisa infinidad de especialidades científicas para poder gestionar tanta información. 

Pero lo "provocador" de esta situación es que todo ese cúmulo de conocimiento no consigue aclarar racionalmente el "gran secreto del universo": su origen. Al contrario: mientras más se conoce, más preguntas surgen y más asombro nos invade. Ya no es cuestión de que unos preciosos amaneceres nos colmen de gozo y fascinación, o que el esplendor de la  primavera nos llene de alegría y ganas de vivir, o que nos asombremos hasta la perplejidad por el gran misterio de la vida, todas ellas cosas observables al alcance los contemporáneos de Paley. No, actualmente el asombro viene por el conocimiento profundo de la materia subatómica, de los confines del universo, y de la complejidad de la genética y de la neurología. Y es que todo el entramado del universo se sustenta sobre una buena cantidad de parámetros que lo rigen y que requiere un ajuste tan preciso que de oscilar lo más mínimo… no estaríamos hablado del tema. Es más: ¡No estaríamos!

(Y, entre paréntesis, yo me pregunto: Si no estamos en el universo, ni nosotros ni ninguna conciencia que lo observe y reflexiones sobre él y sobre sí mismo dentro de él, ¿que sentido tiene elucubrar sobre un posible universo de esas características, que no incluye ni inteligencia ni consciencia? ¿Cabe la posibilidad de que exista? Y si sí cabe esa posibilidad, ¿quién te va a testimoniar de que realmente existe? ¿quien va a estar presente para oír ese testimonio?... Con esta cuestión del universo "tonto" sí se cumple el aforismo sobre los debates absurdos: "Fácil y barato es debatir sobre las estrellas, pues nadie de allí vendrá a refutar o levantar querella".)

¿A cuento de qué he traído este asunto a colación? Pues "a propósito de Eric" Metaxas y su artículo en el wsj.com(Qué guay habría quedado si en vez de Eric se llamase Henry ;). 

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